No hubo lágrimas en el rostro de los novios, pero el dios de la lluvia lloró sobre la boda. El 22–M, día en el que Letizia Ortiz se convirtió en princesa de Asturias, pasará a la historia por la cantidad de agua que cayó a la entrada y salida de los novios de la catedral de la Almudena. No pudo ser una celebración lucida, ni soleada, ni concurrida, pero se consiguió el objetivo de acercar la Corona a todos los que siguieron la ceremonia, como invitados o en la calle. ¿Quién de cuantos vieron la cara de los Reyes o del novio mientras esperaban la llegada de la novia no se puso en su lugar? ¿Quién no se sintió entonces uno más de la familia? Para llegar al momento en el que, dirigiéndose a los invitados al enlace, el Príncipe dijo: “Soy un hombre feliz”, el novio atravesó ayer muchas horas y muchos estados de ánimo. La jornada nupcial empezó, para todo, a las 6 de la mañana. Apenas cuatro o cinco horas de sueño desde el final de la cena de la noche anterior, para aguantar un día de nervios.
Los invitados al enlace empezaron a llegar a las puertas de la Almudena poco después de las 9 de la mañana. Algunos en los autocares que los transportaban desde los lugares en los que habían sido citados y otros, los jefes de Estado, reyes y el presidente del Gobierno, en coches oficiales. No hubo protocolo de acceso a la catedral y la puerta principal o la situada en la calle Bailén vieron llegar sin distinción de cargo o rango a periodistas, ministros, tenistas y príncipes. La lluvia fue, entre las 9 y las 10.30 de la mañana sólo una amenaza y se mantuvo la esperanza de que la “baraka” (suerte) que siempre ha acompañado al Rey sirviera de amuleto. La lluvia se quedó en el cielo hasta que la Reina y su hijo, el Príncipe, atravesaron la verja que separa el patio de la Armería de la explanada de acceso a la Almudena. Doña Sofía no podía, ni quería, acelerar el paso a pesar de que el agua había empezado a caer.
Antes que don Felipe y su madrina habían entrado en la Almudena los duques de Calabria, los de Soria, los de Palma, los de Lugo y el Rey, del brazo de la infanta Pilar. Dentro del palacio Real habían dejado a la novia dispuesta a salir a la calle y los niños del cortejo, Felipe y Victoria de Marichalar, Juan, Pablo y Miguel Urdangarin y Carla Vigo habían ensayado su papel de pajes de la novia durante cuatro días, pero no pudieron llevarlo a cabo. Sus niñeras los montaron en un coche y los llevaron a la catedral.
Durante algo más de 15 minutos interminables, el Príncipe esperó a su prometida ante el altar. En ese tiempo, quienes cuidaban de ella desecharon su llegada a pie a la Catedral y optaron por utilizar un Rolls Royce. La cara de los Reyes reflejaba el momento que estaban viviendo. Tantos años esperando la boda del heredero, tanta preparación y, al final, allí estaban sufriendo por la novia, sufriendo por su hijo. Son esos momentos en los que hay que mantener el tipo.
El realizador de la transmisión captó el momento en el que los niños del cortejo empezaron a hacer de las suyas dentro del templo, y esas travesuras, reproducidas en las pantallas de televisión repartidas por las diferentes naves de la catedral, contribuyeron a relajar el ambiente. Los niños no sólo no se mostraban preocupados, sino que estaban felices, y ese sentimiento, oculto en los adultos por la singularidad del momento, acabó por aflorar en el templo. Y en esas llegó la novia, acompañada de su padre y con gesto resignado. Manuel Pertegaz no defraudó. Doña Letizia lució un traje sobrio que tenía la virtud de adoptarse perfectamente al momento y a la personalidad de la novia. La diadema, que había utilizado la Reina en su propia boda, fue un homenaje sentimental e institucional de la princesa de Asturias a la madre del novio. Un detalle.
A partir de ese momento, ya nadie pensó en la lluvia, se secaron los ánimos y empezó la ceremonia. El Príncipe combatía su profesionalidad con emoción y la novia ponía emoción a su profesionalidad. En algún momento más que darse la mano, se sostenían. Unidos en un apretón cómplice, los contrayentes empezaban a simbolizar cual es el ánimo con el que afrontan el futuro: apoyo mutuo y vista al frente.
El primer momento de emoción, siempre contenida, que vivió la novia estuvo protagonizado por su abuela paterna, Menchu Álvarez del Valle, encargada de la segunda lectura de la liturgia de la palabra. La veterana locutora ovetense echó mano de su oficio para encarar la lectura de la primera Carta del apóstol san Pablo a los Corintios. Menchu Álvarez del Valle dijo aquello de “si no tengo amor, no soy nada” con voz de protagonista de radionovela. Su nieta la miraba complacida, mientras estaba en el punto de mira de sus padres, hermanas y resto de abuelos, sentados en el altar mayor en el lado de la Epístola, frente a los Reyes y las Infantas, situados en el lado del Evangelio.
Llegó el momento del consentimiento, y como estaba previsto el Príncipe pidió la venia a su padre, el Rey, quien levantó la cabeza del libro del lecturas y escenificó un permiso que ya había dado hace unos meses. Don Juan Carlos cumplía como padre y como Rey. Los Reyes también son partícipes del compromiso de continuidad y la voluntad de servicio, expresada repetidamente por los novios. De hecho, sin la comprensión y la ayuda de don Juan Carlos y doña Sofía, don Felipe se hubiera replegado más en sí mismo tras un tiempo de decepciones. Pero en eso llegó Letizia Ortiz y el Príncipe se sintió libre para tomar una decisión.
Ayer, los contrayentes se dieron el mutuo consentimiento en una fórmula incluida en un rito del matrimonio que evita las preguntas del oficiante y excluye el “sí, quiero”. Los novios se tomaron de la mano para pronunciar las palabras que los unían en santo y vitalicio matrimonio. Fue en ese momento cuando la novia recuperó la solvente periodista televisiva que fue para pronunciar aquello de “Yo, Letizia, te recibo a ti, Felipe, como esposo”. Luchando entre el oficio y la emoción, Letizia Ortiz se convirtió en princesa de Asturias.
Los novios, flamantes príncipes de Asturias, empezaron entonces a relajarse. Hablaban entre ellos y miraban a su familia. Las dimensiones del altar mayor de la catedral de la Almudena no ayudaron precisamente a conectar emocionalmente a los novios con sus familiares. Como tampoco contribuyó la homilía de monseñor Rouco Varela, en la que primó la ortodoxia por encima de la proximidad. Los pastores de la Iglesia no siempre saben establecer complicidad con su rebaño. A las 12.40, con diez minutos de retraso sobre el horario previsto, los príncipes de Asturias abandonaron la catedral esperando la bendición del cielo. Como las venturas futuras no tienen que ver con las condiciones climáticas, la lluvia sólo deslució el momento de su salida del templo, pero su paso bajo el arco de honor de los sables fue el primero de una vida en común que afrontan con compromiso y amor.
Los príncipes de Asturias hicieron el recorrido por las calles de un Madrid mojado pero entregado. No hubo aglomeraciones, aunque sí la constatación de que la gente estaba entregada y había un mutuo reconocimiento. Los príncipes de Asturias no podían hacer nada por dar calor a su paseo, pero lo intentaban entregados a los saludos a la gente que les había esperado varias horas bajo la lluvia. El público también quería demostrarles que el agua no les importaba, pero es un hecho evidente que el tiempo deslució el paseo por Madrid de los príncipes. La entrega del ramo de la novia ante la Virgen de Atocha mantuvo todo su simbolismo y el recuerdo de las víctimas del 11-M se enlazó con las celebraciones del 22-M. Los ausentes estuvieron presentes, en el responso de Rouco y en la memoria de los novios, que sin duda aliviaron el duelo de los miles de deudos de cuantos perdieron la vida en el atentado. Si el dios de la lluvia había llorado sobre la boda, la Virgen de Atocha debió de interceder ante su hijo y el poco sol que lució ayer se dejó ver a la salida de la basílica. Nunca la luz fue tan necesaria y tan útil.
El Rolls Royce con la parte superior de cristal conducido por un veterano chófer de la Zarzuela, el mismo que lleva al Príncipe a sus actividades oficiales, tuvo como copiloto al hombre que ha cuidado de la seguridad del heredero en los últimos años. Era una responsabilidad para ambos, pero también un honor. El Príncipe invitó a su boda no sólo a sus amigos, alguno de los cuales llegados desde diversos puntos del mundo, sino que sentó en el banquete a varios de los agentes que se han ocupado de su seguridad desde que era un niño. Algunos incluso le habían comprado dulces cuando le iban a buscar al colegio.
Aquel niño es desde hace años todo un hombre a quien no estamos acostumbrados a oír hablar de sus sentimientos. Felipe de Borbón, el mismo que no se atrevió a besar en público a su esposa más allá de la mejilla, hizo, al final del banquete de su boda, una declaración de amor en toda regla. “No puedo ni quiero esconderlo, imagino que salta a la vista: soy un hombre feliz. Y tengo la certeza de que esta condición me la da sentir la emoción de ver y protagonizar la realización de un deseo: me he casado con la mujer que amo”. No podía estar más claro.
Estas palabras de amor a su esposa no quedaron en la pura retórica, Ayer se cerró la primera parte de una historia iniciada hace seis meses. El príncipe de Asturias reiteró el compromiso propio y el de su esposa con sus responsabilidades. Don Felipe elogió el papel de su padre en la reciente historia de España, así como el de su madre y hasta tuvo palabras de reconocimiento a sus hermanas, fieles amigas, además. El Príncipe conjugó sus reflexiones sobre la vida y la familia con su intención de hacer público ante todo el mundo que su principal empeño es recoger el legado del Rey y dedicar su vida a España, a contribuir a la estabilidad institucional y a la cohesión del Estado. Felipe realizaba así el discurso más importante, hasta ahora, de su vida y se detenía dirigiéndose expresamente al Rey para dejar claro que la continuidad de la Corona y de lo que significa está garantizada por él y por Letizia.
La historia seguirá su curso. El Rey, que precedió a su hijo en el uso de la palabra, pidió a los príncipes de Asturias que siempre piensen en España y esas palabras recordaron a las que Alfonso XII dijo a su hijo Juan de Borbón al nombrarle heredero en el exilio romano y a las que el propio conde de Barcelona pronunció el mes de mayo de 1977 en la Zarzuela al ceder sus derechos dinásticos al ya rey Juan Carlos I.
Ayer, Felipe de Borbón y Letizia Ortiz protagonizaron un acontecimiento histórico, basado en el amor pero enraizado en el deber. Fueron testigos reyes, príncipes, jefes de Estado, personalidades de medio mundo, familia y amigos. Fue una boda que no se ajustó exactamente al guión de un enlace real. Los príncipes de Asturias iniciaron un camino en común que seguirá la senda que les viene marcada. Felipe de Borbón expresó no sólo con palabras el amor por su esposa, el reconocimiento a sus padres. Los príncipes de Asturias piensan seguir el modelo y ejemplo de los Reyes, aunque reconoció que “las circunstancias y las personas serán diferentes”.
El 22-M ya está fijado en el calendario de la monarquía y en el de la sociedad española. Los príncipes de Asturias se van de luna de miel, regresarán en unas semanas a su trabajo y su vida, indisolubles como los lazos que les unen consigo mismos y con los testigos presentes y ausentes de su matrimonio. En Madrid llovió, en las caras de los príncipes de Asturias no hubo lágrimas. Son unos profesionales y se quieren. Lo demás, cuando acabó el día, no tiene importancia.